lunes, septiembre 01, 2008

Seminario de Vida. Tercer tema: La Conversión a Jesucristo


Convertirse
En los evangelios aparece con frecuencia la palabra "conversión".
Juan Bautista invitaba a sus oyentes a que se convirtieran. Él decía: "Convertíos, porque está cerca el reino de Dios" (Mt. 3, 2). Ese fue también el mensaje inicial de Jesucristo (Mt. 4, 17). Pedro en Jerusalén decía: "Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hech. 3, 19) y Pablo en Listra proclamaba: "Hemos venido a anunciaros que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo" (Hech. 14, 15).
¿Qué significa "convertirse"? Esa palabra equivale a girar y volverse hacia un lugar indicado. En el sentido espiritual quiere decir dar la espalda al pecado y volverse a Jesucristo, abandonar las tinieblas y acoger la luz. Es pasar del pecado al amor, de la lejanía a la cercanía.
En los ritos bautismales de los primeros siglos, se acostumbraba pedir a los catecúmenos que estuviesen mirando hacia el oeste. Como por esta dirección se oculta el sol, el ocaso se convertía en símbolo de la oscuridad y del pecado. Quien iba a ser bautizado renunciaba al mal, al demonio y a sus seducciones. Entonces se le pedía que se convirtiera a Jesucristo. Él daba media vuelta y quedaba mirando hacia oriente, lugar por donde alumbra el sol. Ese era su cambio: abandonaba el mal y optaba por Jesús.
La conversión compromete integralmente al hombre, en su mente, en su voluntad y en sus obras. Quien se convierte a Jesús debe estar convencido intelectualmente de que el Señor es la verdad, y que no hay ninguna doctrina que logre invalidar el mensaje de salvación. Igualmente debe amar a Jesús con todo su corazón, pues sabe que éste es el tesoro escondido en el campo y la perla preciosa en cuya comparación lo demás es basura (cfr. Mt. 13, 44-46; Fil. 3, 8). También esa conversión debe reflejarse en nuestros actos, pues las obras realizadas demuestran la coherencia entre fe y vida.
Conocerse
Para poder convertirse hay que conocerse. Darse cuenta del estado en que se vive y querer salir de él. Para lograr el conocimiento de nuestra situación espiritual, se requiere la gracia de Dios, que nos permite conocer nuestros pecados y cumplir la invitación de san Pablo: "Levántate, tú que duermes, y te iluminará Jesucristo" (Ef. 5, 14).
Cuando se encuentra con Jesús, Pedro descubre que es un pecador (Luc. 5, 8); cuando comprenden que obraron mal llevando a Jesús ante la muerte, los israelitas sienten dolor en su corazón (Hech. 2, 37-38); cuando Zaqueo acoge en su casa al Señor, decide repartir la mitad de sus bienes a los pobres y resarcir con abundancia a quienes hubiese defraudado (Luc. 19, 8); cuando se cruzan las miradas de Jesús y de Pedro, éste, que acaba de negar a su Maestro, capta la gravedad de su pecado y llora amargamente.
Iluminados por Jesucristo, también nosotros debemos reconocer nuestra situación espiritual: los pecados que nos afean y sonrojan, nuestra superficialidad o vacío interior, nuestra distracción de lo espiritual por preocuparnos de cosas secundarias y materiales; nuestro orgullo, que se satisface en aspectos equivocados; nuestra idolatría, que nos inclina ante las criaturas elevadas a la categoría de ídolos.
El hombre convertido se declara pecador y quiere, con la ayuda de Jesús, salir de ese estado y entrar en un mundo de verdad y de amor.
Adherirse a Jesús
En la Biblia y en la historia de la Iglesia encontramos muchos ejemplos de convertidos. Recordemos a san Pablo (Gál 1, 11-24), o al ladrón que mereció acompañar a Jesús en el paraíso (Luc. 22. 39-43). A Aurelio Agustín, quien llegaría a ser obispo de Hipona a pesar de haber sido un disoluto. Su obra más conocida, Las Confesiones, proclama la bondad de Dios que supera la maldad humana. También nosotros podemos vivir ese proceso, si no anclándonos en nuestro mal, fijamos los ojos en Jesús, lo tomamos de la mano y caminamos con él sin querer nunca alejarnos de su lado.
LA REVELACION DE DIOS
Podríamos citar muchos pasajes bíblicos relacionados con la conversión. Recomendamos leer los siguientes:
Conversión de Zaqueo (Lucas 19, 1-10): "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido."
La mujer adúltera (Juan 8, 1-11): Jesús le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" Ella respondió: "Nadie, Señor." Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más."
Muertos al Pecado, Vivos en Cristo (Romanos 6, 2-14): No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. ... sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida.
Vivir según el Espíritu (Gálatas 5, 16-25): Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.
De la muerte a la vida (Efesios 2, 1-10): Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo ... y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús.
El reino de la luz (Efesios 5, 1-20): Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz.
PARA PROFUNDIZAR
Estas preguntas pueden ayudar tu reflexión:
¿Crees haberte convertido plenamente a Jesús, o aún no lo has hecho?
¿En qué aspectos de tu vida necesitas conversión?
¿Cómo entiendes y cómo vives el sacramento de la Penitencia o Reconciliación?
¿Crees posible no caer más en el pecado, después de haberte convertido?
¿Qué sentido tiene la invitación a convertirse, propagada durante el Jubileo del Año Santo?
APLICACIONES PRACTICAS
Vive el sacramento de la Reconciliación, y para ello
· Haz un examen de conciencia· Arrepiéntete ante el Señor y pídele perdón· Proponte no volver a pecar· Acude a un sacerdote y confiesa tus pecados· Cumple la penitencia que el confesor te imponga· Agradece el perdón recibido y da gracias por él.

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